Aracne

Bajo la corteza de los árboles, un ciclo inagotable produce sin cesar líneas o círculos. Círculos que se ensanchan como lentas ondas en un lago señalado por la piedra. Bajo la piel, una fuerza nos lleva a hacer interminablemente líneas y círculos, o a hacer sin más, a demostrar que uno de nuestros destinos es invariablemente el de tejedores. Bajo la elocuencia de la noche, la luz y la sombra nos muestran el lenguaje de lo innecesario, de lo accesorio, del atribuir al fenómeno del ser bellezas raras que nos hablan del trabajo sin fin, del constatar en cada pliegue del mundo la obstinación del venir a ser.

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De estas tres percepciones fundamentales surge el mito de la hilandera, la hacedora incansable, la narradora de historias, la tejedora del tiempo... Hacemos y hacemos, gobernados por el linfático poder que nos alimenta, por la luz que nos otorga la visión de la sombra iluminable, percibir el venir a ser y, a la vez, nuestra capacidad de convertirlo en presencia, constatar el puente que cada día nos pide ser atravesado.

Tejedores del tiempo al fin, rendimos tributo en cada acto a las interminables alfombras que nuestros ancestros tejieron para nosotros: ruecas, lanzaderas, telares, molinos, ruedas, ejes, poleas... herramientas que el tiempo empleó para enredarnos como hilos de su alfombra mayor, de su compleja trama de vidas humanas.

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Hilos de lana, hilos de luz, hilos de voz, hilos de plata, hilos del discurso, hilos de vida, hilos de la aguja... Cada cuerpo desnudo, recortado frente a la trama espesa de las sombras de la naturaleza, sobrelleva la carga de la hilandera, vaciar sus historias posibles, hacer de su consistencia un punto de llegada, un lugar de encuentro, tal vez -y daría igual-, un varadero.

A.S.Lauro




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